- Pero,
papá ¿por qué tenemos que ir a cenar al cementerio?- Pregunta la pequeña Andrea
mientras su padre le abrocha los botones de su abrigo.
- Hoy
es 1 de Noviembre Andrea, como todos los años, hemos quedado con todos aquellos
que nos dejaron y emprendieron su viaje con la Catrina tiempo atrás.
- Pero
si se los llevó la Catrina, ¿cómo es posible que vayan a venir a cenar con
nosotros?
El Día de
Muertos supone para Andrea un misterio inexplicable; a sus ocho años, la
pequeña no entiende cómo es posible que aquellas personas que han muerto
regresen a la vida durante una noche. Por la ventanilla del coche, Andrea
observa las casas llenas de colores, iluminadas con velas y cirios, mientras
los adultos pintan a los niños la cara ayudados de la suave luz de las
candelas. Andrea y su padre no son los únicos que van al cementerio. Muchas
otras familias se congregan alrededor de las tumbas mientras ríen y recuerdan
viejas anécdotas con los muertos como protagonistas.
- Agarra
bien esta vela Andrea, que no se apague. Los muertos necesitan que una luz los
guíe hasta nosotros, tienen un largo camino por recorrer. El Más Allá queda
lejos de México.
Como todos los
años, Andrea sujeta la vela, mientras deposita una flor de Cempasúchil en una
lápida en la que se puede leer: “En memoria de Guadalupe González Canul”.
- ¿Cómo
era ella papá?
- Era
maravillosa, una mujer rebosante de vida y fuerza. No le tenía miedo a nada. Yo
solía decirle que todas las revoluciones vivían en su mirada y ella las
capitaneaba hasta la victoria.
- ¿Entonces
por qué se la llevó la Catrina?
- La Catrina elige a quien
llevarse. Es duro, pero es así. Sin embargo, es nuestro deber recordarlos y
honrarlos en un día tan especial como este; en el Día de Muertos tenemos la
oportunidad de reunirnos con ellos, como si nada hubiera cambiado. Recuérdalo
siempre Andrea, nadie muere completamente mientras sea recordado.
Andrea
sólo la conoce por fotos, por historias y anécdotas que ha oído de su padre, de
sus tíos y de sus abuelos. En su imaginación, agarra la mano de Guadalupe
González Canul mientras le hace toda clase de preguntas, de esas que rondan por
la cabeza los niños de ocho años: ¿por qué hay días que llueve y otros que no?
¿Acaso está Tláloc enfurecido? ¿Es México el país más grande del mundo?
¿Cuántas personas viven en la Tierra? Cuántas lenguas se hablan? Mientras
Andrea fantasea en silencio, su padre comienza a sacar la cena.
- Este
año he traído mole amarillo y hojaldres campechanos, eran sus platos preferidos.
- También
son los míos.
- Lo
sé Andrea, la verdad es que os gustan las mismas cosas.
Andrea deja la
vela al lado de la tumba, que alumbra el nombre esculpido en la lápida con su cálida
luz. A su alrededor, otras familias realizan el mismo ritual que ella y su
padre. Esta noche el cementerio es un lugar festivo, en el que sólo hay cabida
para los buenos recuerdos, el calor de las velas y los manjares típicos.
- Papá,
la muerte es algo triste. Nunca
nos devuelve a las personas que se lleva. A nadie le gusta ¿Por qué están todos
tan contentos?
- A
nadie le gusta la muerte, ni que lo separen de sus seres queridos. Pero en el Día
de Muertos no celebramos la muerte con tristeza o dolor, sino al contrario. ¿Por
qué crees que en este día las calacas aparecen ataviadas con sus mejores
vestidos y con una sonrisa en sus rostros? Nos invitan a celebrar la vida. Y
también a recordar a todos aquellos que no pueden disfrutar de ella, pero que
nos dejaron enseñanzas que permanecerán para siempre en nosotros.
- Y
tú ¿cómo te sientes esta noche?
- Para
mí, esta es una noche especial. Es el único día del año en el que podemos estar
los tres juntos. La familia al completo.
- Pero
papá ¿de verdad crees que mamá va a venir a cenar ahora con nosotros? ¿A pesar
de que le hayas traído sus platos preferidos?
El padre de
Andrea la mira con los ojos bañados en lágrimas. Es difícil explicarle a los
niños conceptos como la muerte o la vida. La pequeña lo contempla con la mirada
de alguien que tiene toda una vida por delante y un mundo entero por descubrir.
- Cuando
tu madre nos dejó, no estaba triste. Ni siquiera asustada por emprender el
viaje con la Catrina. Agarraba mi mano con fuerza mientras me decía que su
mayor dolor era no poder verte crecer, que esa tarea la tendría que hacer yo
por los dos. Pero también me dijo que nos reuniríamos los tres todos los años,
al menos una vez, una noche, sin tristezas, al calor de las velas, para
degustar nuestros platos preferidos y celebrar la vida.
- No
lo entiendo papá, el Día de Muertos es un misterio para mí.
- Lo
es para todos Andrea. El mundo está todavía lleno de preguntas que esperan
respuestas. Pero recuérdalo siempre hija: nadie muere completamente mientras sea
recordado.